martes, 11 de noviembre de 2014

LA RELIGIÓN ES "OPIO DEL PUEBLO"

El fundamento de la critica irreligiosa es : el hombre hace la religión, la religión no hace al hombre. En otras palabras, la religión es la conciencia de si mismo y el sentimiento de si mismo, que aun no se ha encontrado o que ya ha vuelto a perderse. Pero el hombre no es un ser abstracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es el mundo de los hombres.
La miseria religiosa es, por una parte, expresión de la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, carente de espíritu. Es el opio del pueblo.
La abolición de la religión, es cuanto dicha ilusoria del pueblo, e necesaria para su dicha real. La exigencia de abandonar sus ilusiones sobre la situación es la exigencia de que se abandone una situación que necesita de ilusiones.

EL HECHO RELIGIOSO

Consiste en una superposición de actos parciales. Esos actos, que se integran en el hecho religioso, pueden dividirse en dos grupos:

1° Actos de toma de conocimiento, mediante los cuales el ser humano se representa a Dios. Estos actos tienen cuatro motivaciones principales: la naturaleza, el arte, la historia y el hombre. 

  • La naturaleza: La inmensidad de ciertos paisajes conducen a la idea de Dios como ordenador del universo.
  • El arte: Las obras de arte suelen ser explicadas por una "inspiración" sobrehumana que tiene a Dios como causa.
  • La historia: El proceso histórico puede ser concebido como el desarrollo de la voluntad de Dios. 
  • El hombre: Como sujeto de profecías puede llevar a Dios. 

2° Actos de toma de posición, en los cuales el hombre reacciona ante ese ser superior que se representa mediante el conocimiento. Pueden ser emocionales, como la fe, la seguridad, la esperanza, el temor, la reverencia, la humildad, la devoción y el amor, y prácticos, como dar gracias, rogar, hacer votos, bendecir, maldecir, alabar, obedecer, sacrificar y adorar.  


 

¿QUÉ ES EL ATEÍSMO? ¿QUÉ ES SER ATEO?


EL ATEÍSMO DE JEAN PAUL SARTRE

EL FENÓMENO RELIGIOSO

La religión es un hecho evidente. Se trate de pueblos primitivos o de pueblos modernos, de culturas rudimentarias o de culturas tecnificadas, la religión aparece siempre como un elemento nuclear. Incluso en naciones aconfesionales o agnósticas, la religión persiste como sistema de creencias, como fuente de moralidad y como elemento ritualizador. El hecho religioso se ofrece al filosofo como un problema que se puede plantear de diferentes maneras, por ejemplo:

  • ¿Por qué existe universalmente la religión?
  • ¿ Es algo necesario para la explicación del sentido de la existencia?
  • ¿ Es un mecanismo sustitutorio de explicaciones más científicas?

SEBASTIAN FAURE : INEXISTENCIA DE DIOS

EL HOMBRE, SER RELIGIOSO

El estudio del hecho religioso es importante ya que la religión es un fenómeno universal. Ya se trate de pueblos primitivos o de pueblos modernos, de culturas rudimentarias o de culturas tecnificadas, la religión aparece siempre como un elemento central que invade la vida personal y social de hombre.


domingo, 14 de septiembre de 2014

EL HOMBRE MEDIOCRE


PRINCIPIO DE MEDIOCRIDAD 2/2


PRINCIPIO DE MEDIOCRIDAD 1/2





FRASES DE JOSE INGENIEROS





LA ENVIDIA

La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del merito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastra los fracasos. El que envidia se rebaja sin saberlo, se confiesa subalterno; esta pasión es el estigma psicológico de una humillante inferioridad, sentida, reconocida. Sorprende que los sicólogos la olviden en sus estudios sobre las pasiones, limitándose a mencionarla como un caso particular de los celos. Es pasión traidora y propicia a las hipocresías. Se puede odiar a las cosas y a los animales; solo se puede envidiar a los hombres. El odio que injuria y ofende es temible; la envidia que calla y conspiran es repugnante. El odio puede hervir en los grandes corazones; puede ser justo y santo; lo es muchas veces, cuando quieren borrar la tiranía, la infamia, la indignidad. La envidia es de corazones pequeños; el hombre que se siente superior no puede envidiar, ni envidia nunca el loco feliz que vive con delirio de grandeza. Se envidia lo que otros ya tienen y se desearía tener, sintiendo que el propio es un deseo sin esperanza: se cela lo que ya se posee y se teme perder; se emula en pos de algo que otros también anhelan, teniendo la posibilidad de alcanzarlo.
La emulación es siempre noble: el odio mismo puede serlo algunas veces. La envidia es una cobardía propia de los débiles, un odio impotente, una incapacidad manifiesta de competir o de odiar. La emulación presume un afán de equivalencia, implica la posibilidad de un nivelamiento; siendo la envidia un culto involuntario del merito, los envidiosos son, a pesar suyo, sus naturales sacerdotes. El envidioso cree marchar al calvario cuando observa que otros escalan la cumbre. Lo que es para otros causas de felicidad, puede ser objeto de envidia. Envidiar es una forma aberrante de rendir homenaje a la superioridad. La que ha nacido -y la belleza para ser completada requiere, entre otros dones, la gracia, la pasión y la inteligencia- tiene asegurado el culto de la envidia.
El talento es el tesoro mas envidiado entre los hombres. Todo el que siente capaz de crearse un destino con su talento y con su esfuerzo esta inclinado a admirar el esfuerzo esta inclinado a admirar el esfuerzo y el talento en los demás; pero aceptar no es amar. Resignarse no es admirar. Todo escritor mediocre es candidato a criticastro. La incapacidad de crear le empuja a destruir. Las mujeres feas demostraran que la belleza es repulsiva y las viejas sostendrán que la juventud es insensata; vengaran su desgracia en el amor diciendo que la castida es suprema entre todas las virtudes, cuando ya en vano se harían viltroteras para ofrecer la propia a los transeúntes. El que no admira lo mejor, no puede mejorar. El castigo de los envidiosos estaría en cubrirlos de favores, para hacerles sentir que su envidia es recibida como un homenaje y no como un estiletazo. El envidioso es la única victima de su propio veneno. Los únicos gananciosos son los envidiados; es grato sentirse adorar de rodillas. La mayor satisfacción del hombre excelente esta en evocar la envidia, no ser envidiado es una garantía inequívoca de mediocridad.

LOS CARACTERES MEDIOCRES

Viven de los demás y para los demás: sombras de una grey, carecen de luz, de arrojo, de fuego, de emoción. Los caracteres excelentes ascienden a la propia dignidad nadando contra la corriente. Nunca se obstinan en el error, ni traicionan jamás la verdad. Su fisonomía es la propia y no puede ser nadie mas; son inconfundibles. Por ellos la humanidad vive y progresa. Las creencias son el soporte del carácter; el hombre que las posee firmes y elevadas, lo tienen excelente. Las sombras no creen. Las creencias son los móviles de toda actividad humana. No necesitan verdades: creemos con anterioridad a todo racionamiento y cada nueva noción es adquirida a través de creencias ya preformadas. El ingenio y la cultura corrigen las fáciles ilusiones primitivas y las rutinas impuestas por la sociedad al individuo: la amplitud de saber permite a los hombres formarse ideas propias. Sin unidad no se concibe un carácter. La unidad de las creencias permite a los hombres obrar de acuerdo con el propio pasado. Creencias firmes, conducta firme. Ese es el criterio para apreciar el carácter las obras. Mientras los hombres resisten las tentaciones, las sombras resbalan por la pendiente; los caracteres excelentes son indomesticables: tiene su norte puesto en su ideal. Su “firmeza” los sostiene; su “luz” los guía. Las sombras en cambio, degeneran. En ciertos sujetos, sin carácter desde el cáliz materno hasta la tumba, la conducta no puede seguir normas constantes.
El trabajo, creando el habito del esfuerzo, seria la mejor escuela del carácter; esos degenerados son indomesticables. En los mundos minados por la hipocresía todo conspira contra las virtudes civiles: los hombres se corrompen los unos a los otros, los mediocres no saben evitarla; los hombres sin ideales son incapaces de resistir las acechanzas de hartazgos materiales sembrados en su camino.
El hombre es. La sombra parece. El hombre pone su honor en el merito propio y es juez supremo de si mismo; hay una moral del honor y otra de su caricatura: ser o parecer.
Del amor propio nacen las dos: hermanas por su origen. Como Caín y Abel. Y mas enemigos que ellos, irreconciliables. Son formas de amor propio. Siguen caminos diferentes. La una florece sobre el orgullo, celo escrupuloso puesto en el respeto de si mismo; la otra nace de la soberbia, apetito de culminación ante los demás. En los dignos el propio juicio se antepone a la aprobación ajena; en los mediocres se postergan los meritos y se cultiva a la sombra. Los primeros viven para si; los segundos vegetan para otros.

LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL

La rutina no es hija de la experiencia; es su caricatura. En su orbita giran los espíritus mediocres. Evitan salir de ella y cruzar espacios nuevos; repiten que es preferible lo malo conocido que lo bueno por conocer. Su impotencia para asimilar ideas nuevas los constriñe a frecuentar las antiguas. La Rutina, es el habito de renunciar a pensar. Los prejuicios son creencias anteriores a la observación; los juicios, exactos o erróneos, son consecutivos a ella. Es mas contagiosa la mediocridad que el talento. Los rutinarios razonas con la lógica de los demás. Ignoran que el hombre vale por su saber; niegan por la cultura es la mas honda fuente de la virtud. No intentan estudiar; todos los rutinarios son intolerantes; los condena a serlo. Los hombre s rutinarios desconfían de su imaginación. En toda idea nueva presienten un peligro; si les dijeran que su prejuicios son ideas nuevas, llegarían a creerlos peligrosos. En todo lo que no hay prejuicios definitivamente consolidados, los rutinarios carecen de opinión. El hombre rutinario no puede razonar por si mismo, viven de una vida que no es vivir. En esos hombres, inmunes a la pasión
de la verdad, supremo ideal a que sacrifican su vida pensadores y filósofos, no caben impulsos de perfección. En el verdadero hombre mediocre la cabeza es un simple adorno del cuerpo. Son modestos, por principios. Tal modestia es un simple respeto de si mismo y de los demás. Adoran el sentido común, sin saber de seguro en que consiste; lo confunden con el buen sentido, que es su síntesis. El temor de comprometerse les lleva a simpatizar con un precavido escepticismo. La mediocridad intelectual hace al hombre solemne, modesto, indeciso y obtuso. Pasea su vida por las llanuras; evita mirar desde las cumbres que escalan los videntes y asomarse a los precipicios que sondan los elegidos. Vive entre los engranajes de la rutina. Los mediocres, lo mismo que los imbeciles, serian acreedores a esa amable tolerancia mientras se mantuvieran a la capa; detestan a los que no pueden igualar, como si con solo existir los ofendieran. Los mediocres, mas inclinados a la hipocresía que al odio, prefieren la maledicencia sorda a la calumnia violenta. Sin cobardía no hay maledicencia. El que puede gritar cara a cara una injuria, el que denuncia a voces un vicio ajeno, al que acepta los riesgos de sus decires, no es un maldiciente. La ironía es la perfección del ingenio, una convergencia de intención y de sonrisa, aguda en la oportunidad y justa en la medida; es un cronometro, no anda mucho sino con precisión. Eso lo ignora el mediocre. El escritor mediocre es peor por su estilo que por su moral. El mediocre parlante es peor por su moral que por su estilo. Diriase que empañan la reputación ajena para disminuir el contraste con la propia. La vanidad empuja al hombre vulgar a perseguir un empleo expectable en la administración del Estado, indignadamente si es necesario; sabe que su sombra lo necesita. Mirar de frente al éxito, es asomarse al precipicio: se retrocede a tiempo o se cae en el para siempre. Los grandes cerebros ascienden por la senda exclusiva del merito; o por ninguna. El éxito les parece un simple reconocimiento de su derecho, un impuesto de admiración que se les paga en vida. El éxito es benéfico si es merecido; exalta la personalidad, la estimula. La popularidad y la fama suelen dar transitoriamente la ilusión de la gloria. Los hijos del éxito pasajero deberían morir al caer en la orfandad. Para estos triunfadores accidentales, el instante en que se disipa su error debería ser el ultimo de la vida. Compartiendo las ruinas y las debilidades de la mediocridad ambiente, fácil es convertirse en arqueotipos de la masa y ser prohombres entre sus iguales, pero quien así culmina, muere con ellos. La integridad moral y la excelencia de carácter sin virtudes estériles en los ambientes rebajados, mas asequibles a los apetitos del domestico que a las altiveces del digno.

EL HOMBRE MEDIOCRE



La desigualdad humana no es un descubrimiento moderno. Hay hombres mentalmente inferiores al termino medio de su raza, de su tiempo y de su clase social; también los hay superiores. Entre unos y otros fluctúan una gran masa imposible de caracterizar por inferioridades o excelencias. Su existencia es, sin embargo, natural y necesaria. En todo lo que ofrece grados hay mediocridad; en la escala de la inteligencia humana ella representa el claroscuro entre el talento y la estulticia. Las personas tienden a confundir el sentido común con el buen sentido. El sentido común es colectivo, eminentemente retrogrado y dogmatista; el buen sentido es individual, siempre innovador y libertario. La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás; en muchos hombres ese punto es simplemente imaginario. Por ese motivo al clasificar los caracteres humanos se ha comprendido la necesidad de separar a los que carecen de rasgos característicos: productos adventicios del medio, de las circunstancias de la educación que se les suministra, de las personas que los tutelan, de las cosas que los rodean. Muchos nacen; pocos viven. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados por el medio, como cera fundida en el cuño social. Si hubiera de tenerse en cuenta la buena opinión que todos los hombres tienen de si mismos, seria imposible discurrir de los que ese caracterizan por la ausencia de personalidad. Lo habitual no es el genio ni el idiota, no es el talento ni el imbecil. El hombre que nos rodea a millares, el que prospera y se reproduce en el silencio y en la tiniebla, es el mediocre. Con diversas denominaciones y desde puntos de vista heterogéneos, se ha intentado algunas veces definir el hombre sin personalidad. En este sentido, hombre normal no seria sinónimo de hombre equilibrado, sino de hombre domesticado; la pasividad no es un equilibrio, no es complicada resultante de energías, sino su ausencia. El hombre sin personalidad no es un modelo, sino una sombra. ¿cuál es el hombre normal?, “Buen apetito, trabajador, ordenado, egoísta, aferrado a sus costumbres, misoneísta, paciente, respetuoso de toda autoridad, animal domestico”. Ningún hombre es excepcional en todas sus aptitudes; pero no podría afirmarse que son mediocres a carta cabal. No obstante las infinitas diferencias individuales, existen grupos de hombres que pueden englobarse dentro de tipos comunes; si observamos cualquier sociedad humana, el valor de sus componentes resulata siempre relativo al conjunto: el hombre es un valor social. Considerando a cada individuo con relación a su medio, tres elementos concurren a formar su personalidad: la herencia biológica, la imitación social y la variación individual.

LA MORAL DE LOS IDEALISTAS

Los seres cuya imaginación se llena de ideales y su sentimiento atrae hacia ellos la personalidad entera son los IDEALISTAS. El ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección. Los filósofos del futuro irán poniendo la experiencia como fundamento de toda hipótesis legitima, no es arriesgado pensar que en la ética venidera florecerá un idealismo moral. Un ideal no es una formula muerta, sino una hipótesis perfectible; la evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Un ideal es un punto y un momento entre todo lo posible que puebla el espacio y el tiempo, evolucionar es variar. En la evolución humana varia incesantemente el pensamiento. La vida tiende naturalmente a perfeccionarse. A medida que la experiencia humana se amplia, observando la realidad, los ideales son modificados por la imaginación, que es plástica y no reposa jamás. Los ideales son, por ende, reconstrucciones imaginativas de la realidad que deviene. Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos individuos en un mismo afán de perfección. Todo ideal es una fe en la posibilidad misma de la perfección. Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia ellas. La experiencia, solo ella, decide sobre la legitimidad delos ideales, en cada tiempo y lugar. Sin ideales seria inexplicable la evolución humana. Los hubo y los habrá siempre. Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Los espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo bueno y lo malo que observa, y lo mejor que imagina, sin ideales seria inconcebible el progreso. Todo porvenir ha sido una creación de los hombres capaces de presentirlo, concretándolo en infinita sucesión de ideales. Los idealistas aspiran a conjugar en su mente la aspiración y la sabiduría; todo idealismo es, por eso, un afán de cultura intensa: cuenta entre sus enemigos mas audaces a la ignorancia, madrastra de obstinadas rutinas. Los idealistas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que lo oprimen. Todo idealismo es exagerado, necesita serlo. Y debe ser cálido su idioma, como si desbordara la personalidad sobre lo impersonal. Se distinguen dos tipos de idealistas, según predomine en ellos el corazón o el cerebro. El idealismo sentimental es romántico: la imaginación no es inhibida por la critica y los ideales viven de sentimiento. En el idealismo experimental los ritmos afectivos son encarrilados por la experiencia y la critica coordina la imaginación: los ideales tórnense reflexivos y serenos. Corresponde el uno a la juventud y el otro a la madurez, el primero es adolescente, crece, puja y lucha; el segundo es adulto, se fija, resiste, vence. Los idealistas románticos son exagerados por que son insaciables. El hombre incapaz de alentar nobles pasiones esquiva el amor como si fuera un abismo; ignora que el pone en manifiesto todas las virtudes y es el mas eficaz de los moralistas. Vive y muere sin haber aprendido amar. En todo lo perfectible cabe un romanticismo; su orientación varia con los tiempos y con las inclinaciones. En todo lo perfectible cabe un romanticismo; su orientación varia con los tiempos y con las inclinaciones. Las rebeldías románticas son embotadas por la experiencia. Los romanticismos no resisten a la experiencia critica: si duran hasta pasados los limites de la juventud, su ardor no equivale a su eficiencia. El idealista estoico mantienese hostil a su medio, lo mismo que el romántico. Su actitud es de abierta resistencia a la mediocridad organizada, resignación desdeñosa o renunciamiento altivo sin compromisos.

BIOGRAFÍA DE JOSE INGENIEROS

(1877-1925), filósofo argentino. Nació en Buenos Aires y ejerció una gran influencia en el pensamiento de su tiempo. Tras haber estudiado medicina, fue uno de los introductores de la sicología en su país, participando del positivismo imperante en la época quizá como la última gran figura de ese pensamiento tan enraizado en el siglo XIX. Escribió, entre otras muchas obras, La simulación en la lucha por la vida(1903), su tesis doctoral, adscrita a la intensa corriente darwinista en la Argentina de aquella época, Sicología genética (1911) y El hombre mediocre (1913), su obra más importante de sicología social, en la que describía al hombre moldeado por el medio, sin ideales ni individualidad. En una de sus obras más originales (Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía, 1918) Ingenieros desarrolló una versión particular del positivismo que hacía posible la metafísica. Afirmaba que es posible reconocer, en toda forma de experiencia, un "residuo experiencial" que no es incognoscible, aunque no tenga un carácter trascendental. Este residuo, que resulta accesible al conocimiento y la experiencia humana, es el objeto de una nueva metafísica, distinta a la ciencia positiva. Fue miembro del Partido Socialista, fundado por Juan B. Justo, y defendía la idea de que la lucha de clases era una de las manifestaciones de la lucha por la vida. Durante algún tiempo defendió cierto tipo de biologismo social.